La ‘Canción del Exiliado’ o ‘Confesiones de un Monstruo’

«He aquí la tiniebla que asalta al papel apropiándose del espacio, el ser se exhibe sin ataduras. […] He aquí la liberación de la memoria.»

Murod Ortiz ‘MTMRPHSS 6+MAD+4’

Recientemente tuve la oportunidad de aportar un texto al prólogo del catálogo ‘MTMRPHSS 6+MAD+4’ editado por el artista plástico Murdo Ortiz con motivo de su exposición en la galería Silves de Huércal-Overa (Almería). Redactarlo, más de un año después de participar junto con Ildefonso Cecilia, Nacho Caso y el propio Murdo en la muestra ‘La Canción bajo la Pirámide’, ha supuesto para mí un recuentro con la escritura y con la esfera del arte, en un tiempo en el que vivo muy alejado de ambos mundos dedicándome a la enseñanza del español en Túnez.

Al igual que los monstruos y demonios que pueblan la publicación, mis letras han intentado ser un ejercicio de catarsis, un intento de liberación del adoctrinamiento mental, la ponzoña de lo políticamente correcto y la mediocridad que reinan sobre nuestras cabezas.

Sin más dilación les dejo con el texto del prólogo y al final les ofrezco un enlace para la descarga de la publicación.

Carlos de Castro, ciudad de Túnez 18 de septiembre de 2018

LA 'CANCIÓN DEL EXILIADO' O 'CONFESIONES DE UN MONSTRUO'

Avanzando cual plaga, el narcisismo —en sus vertientes individuales o colectivas— ha llegado a ser la forma “normal” de personalidad y conducta social aceptada. Al mismo tiempo, su culto —vía selfies, disciplina de grupo e imposiciones de lo políticamente correcto— se implanta por la fuerza, so pena de ostracismo. Vivimos tiempos de sacerdotes y sacerdotisas. Tiempos aburridos, de púlpitos y reprimendas, donde el “arrepiéntete de tus pecados” sigue vivo bajo la nueva fórmula de “deconstruye tus privilegios”, donde la obsesión por la seguridad ha suplantado el vivir la vida en plena intensidad, asumiendo los riesgos. Así, acosado por la culpa, el individuo languidece, agoniza y se suma mutilado a la masa gris de la mediocridad.

Al igual que si estuviésemos dominados por una enfermedad que nos desfigurara el rostro, arremetemos contra los espejos a pedradas y, avanzando a tientas e incapaces de hallar la cura, convertimos la enfermedad en virtud. Dejamos caer el mundo en la persecución ufana de la imagen perfecta o de la palabra “correcta”. Hoy se grita “¡viva la enfermedad!” y la buena salud se ha vuelto motivo de sospecha.

Portada ‘MTMRPHSS 6+MAD+4’, Murdo Ortiz
Portada ‘MTMRPHSS 6+MAD+4’, Murdo Ortiz

Si algo aprendimos de Facebook y después de Instagram es a desconfiar de lo bello —de lo bello prefabricado para agradar al otro; ¿habrá algo más servil e indigno?—. Condenados a diluir nuestro tránsito vital en una sucesión de imágenes sin alma, poblamos de sonrisas el espacio radioeléctrico y llamamos “tener un buen día” a acumular una buena cantidad de likes. Esta cultura decadente de la imagen tiene un precio: la homogeneización del gesto, del pensamiento y de la palabra.

Ya se han dado casos de idiotas muriendo haciendo balconing para fotografiar semejante estupidez, o de desgraciados que, al intentar tomarse una foto en un adelantamiento “de película”, han terminado con los sesos esparcidos por el alquitrán. Irrelevante. Si nos inquieta es únicamente como síntoma.

Lo fundamental es desmontar la idea de que las redes sociales generan “intercambio de ideas”. Ese mantra —tan peregrino como creer que la predicación de la Biblia conduce a la libertad de espíritu— constituye una amenaza para la realización humana en su pulsión de juego. Las redes sociales son, ante todo, aburridas: una caja tonta al alcance del bolsillo. El vértigo de opiniones sin reflexión, junto a imágenes idealizadas del mundo, no es más que el andamiaje de la mentira.

Llamemos a las cosas por su nombre: llamemos parásitos a quienes, como chinches de sofá, habitan ese andamiaje con deleite, al calor de una vida parasitaria.

¿Qué hacer? La respuesta resulta difícil, en el sentido de qué hacer para construir una vida que merezca ser vivida dentro de una sociedad que no dé vergüenza —no se me ocurre asunto más urgente entre los problemas de hogaño—. Desde el punto de vista del arte, que es también el punto de vista del juego, lo primero es reformular una nueva cultura estética. Una cultura estética que prefiera la pulsión creadora a la contemplativa.

Imagino que una estética así fomentaría una especie de seres humanos no sometidos a la idealización de la imagen, vacunados contra las manipulaciones dogmáticas y conscientes de que una imagen es solo una imagen, más allá de la idea, pues quien toma el signo en todo su valor no es más que carne de fanatismo. Sería, en esencia, una cultura iconoclasta, pero no iconofóbica, porque las imágenes —hermosas, horrendas, sabias, estúpidas o fascinantes— son necesarias.

Hay que crear imágenes, sí, pero evitando siempre que nos sometan. Incluso si la imagen llega a poseernos en un ejercicio de catarsis, esa fusión debe ser solo temporal; una vez cumplida su función, nuestros pasos deben separarnos de ella y redirigirnos hacia otra meta para no caer en la locura.

El individuo de hoy, frágil, desamparado y necesitado de protección por las fuerzas del «orden», es incapaz de entender esto. El ser humano contemporáneo anhela ante todo seguridad: desea contemplar la repetición interminable de sí mismo en contextos felices —aunque la actividad principal quede reducida a la mera contemplación, sin una acción real que altere o movilice sus afectos internos—. Para este ser narcisista, vivir es transitar de un espacio seguro a otro, sin exponerse jamás a eventos o contextos que pudieran desestabilizar su ego, pues todo aquello que no ha “contemplado positivamente de antemano” queda definido como traumático. De ahí su imposibilidad de asimilar la ofensa y su condición de quinta columna del Estado policial.

Si la base de este individuo es la seguridad, ¿por qué no representar monstruos y mostrar vísceras? Pues sangre, vísceras y deformidad deben abundar hasta que esta ruina desaparezca del horizonte o se ahogue en el mar de plásticos que su decrépita forma de vida genera. Hay que acabar con ellos, porque los seres sin responsabilidad —los que creen que la naturaleza es una balsa de aceite por la que pueden transitar sin mácula— son los mismos que, en la inconsciencia de su quehacer, imponen el pensamiento único como curas y corroen los parajes naturales como termitas, esparciendo, por ejemplo, basura en la orilla del mar durante la Noche de San Juan.

Si en su mundo de seguridad y ausencia de responsabilidad el arte consiste en representar la belleza radioactiva de la publicidad, paguémosles con monstruos y, como monstruos, sonriámosles hasta su total aniquilación.

Obtenga el catálogo completo AQUÍ

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